top of page

Lecciones para volar

Volar es de esas pocas cosas que todos quisiéramos hacer. En nuestro imaginario, tenemos esa idea de Superman y el vuelo perfectamente controlado que es casi casi como ser Dios; ser capaz de dominar la mente y el cuerpo a tal extremo de flotar en el aire con el simple poder de la voluntad y la magia de un “YO PUEDO”. Yo, como muchos y persiguiendo ese sueño decidí “volar” al otro hemisferio para atreverme a volar.. o al menos intentarlo con lo que más se le parece: un salto tándem.

Lo primero que hice fue empacar: Empaque una maleta pequeña, tan pequeña para que solo entrará lo básico porque para volar hay que estar liviano. Llevar más peso del necesario nos ancla al suelo, nos impide elevarnos, nos ata. Viajar liviano es todo un reto, no hablo de empacar un jean o dos, tres camisas y no cinco. Lo más difícil es decidir entre empacar un par de prejuicios o algunas cuantas infundadas opiniones. La maleta pequeña lo hace todo más fácil: ni lo uno, ni lo otro; Finalmente, decidí que en mi viaje me acompañaban un par de jeans, unas camisas, un abrigo, unas ganas voluminosas, una cajita de preguntas sin responder y por supuesto las infaltables guerreras: un par de botas que caminaron todo lo que los ojos vieron y las piernas ordenaron.

No había espacio para el miedo, ni los prejuicios, no cabían las dudas, aunque en el bolsillo se me filtraron un par de expectativas que no debía llevar. Porque hay que separar la ilusión de la expectativa, cuando hay ilusión hay noción del imaginario, de esa dulce idea de lo incierto. La expectativa en cambio es peligrosa, cuando hay expectativa, ya se ha cruzado la delgada línea de lo que puede ser y lo que damos casi por hecho va a ser. Esperar pensando en las ideas como hechos es tan bueno como peligroso, porque al final el poder de la atracción no funciona como la gente lo pinta: no por pensar que el príncipe azul va a llegar en el caballo blanco a buscarme y atraparme cuando estoy cayendo, significa que de hecho eso va a pasar. Esto funciona más como pensar siempre en lo mejor, preparándonos para que ocurra lo mejor y trabajando para que ocurra lo mejor. En ese caso si no quiero estrellar el suelo como guanábana, me vendría bien asegurarme el paracaídas y aprender a usarlo y no esperar que alguien me lleve en brazos. El poder de la energía positiva es como ese dicho que dice “para comer bocadillo hay que calentar las guayabas”

Además del equipaje liviano (SIN EXPECTATIVAS, muy importante!) para volar hay que tener una estrategia, un paso a paso. Cuando llegué el viernes al aeroclub en chascomús iba en quinta, dispuesta a subirme a la avioneta y dejarme caer. En ese punto las expectativas no eran un problema y el paracaídas estaba presupuestado. Pero no es muy útil el paracaídas si no se aprende a abrirlo. No me malinterpreten, la vida no viene con manual, el paracaídas tampoco, pero siempre hay alguien/algo que nos enseña lo básico, lo demás se descubre a 3000 metros de altitud, ya sea cayendo de forma poco glamurosa como papaya directo al suelo, o planeando con estilo como una pluma que sube y baja, con la armonía de una bailarina de ballet voladora.

Nos sentaron en una sala fría alrededor de unos cuantos mates (“para mí agüita de manzanilla para los nervios por favor!”) y allí empezó la cátedra audiovisual bilingüe para el salto tándem: La importancia de la postura del cuerpo, las etapas de vuelo y la necesidad imperante de confiar y seguir la directriz del instructor de salto. Y aunque las instrucciones son detalladas, la explicación es breve y gran parte del proceso quedará para experimentar y entender durante el salto mismo. Lo importante a fin de cuentas no es la instrucción sino como vives con ella. Las reglas no dicen que el instructor puede hacer giros divertidos a la mitad del vuelo, pero yo di vueltas en el aire como una PRO, "Una GROSA", "GENIA" o algo parecido dirían allá. Las reglas no dicen como destrabar el pie de la salida, porque si señores: a 3000 metros de altura y al borde de la puerta de la avioneta mi pie se atoró en una posición tan incómoda para mi instructor como para mí que estaba sobre sus piernas como diríamos en Colombia… en cucharita.

El video de instrucción, aunque es muy didáctico, tampoco explica que en los primeros 3 segundos se siente como el peor error de la vida y aunque parece poco tiempo, vi la película de mi existencia en cámara lenta, con la luz, el túnel y toda esa cosa del más allá.

Finalmente y como es obvio me quedé en el más acá y pasados los 3 segundos me sentía más súper que Superman, tanto que definitivamente repetiría la experiencia sabiendo que el sufrimiento una vez más durará tres segundos, pero solo tres segundos, y no tres horas y tres segundos. Tres horas fue el tiempo que me tomó cansar a mi cobarde interna y decidirme a saltar. Cada vez que el instructor pasaba a buscar al siguiente en turno, yo me movía un lugar hacia atrás. Así que allí estaba yo, tres horas llena de pánico en una lucha interna en la que la cobarde le daba golpes a la aventurera y la aventurera solo los evadía. Porque además, el temor es violento; el miedo nos domina como un secuestrador y pasamos tanto tiempo compartiendo con el que al final lo defendemos y terminamos como en esas historias de terror en donde la secuestrada se enamora de su captor y no ve su maldad; Así, nos aferramos al miedo como si al perderlo pudiéramos perder la vida también.

Al final lo único que perdí fueron las tres horas en donde quemaba neuronas pensando en cómo sería estar allá arriba con esa sensación de impotencia, dependiendo de la habilidad de mi instructor, la resistencia del arnés y mi capacidad de autocontrol para no cometer alguna torpeza -el pie atorado no cuenta, la avioneta era demasiado estrecha-. A cambio de las tres horas, gané la certeza de saber que en adelante mi life motto será: “pista pista, que quiero volar!”

RECENT POSTS:
SEARCH BY TAGS:
No hay tags aún.
bottom of page